miércoles, 24 de diciembre de 2014

¡Hay que hacer la revolución!

España se encuentra desde hace siglos fuera de sí misma. Los españoles venimos aguantando el peso de la historia como si de arrastrar una losa se tratara. Dejamos de liderar la historia para someternos a ella de una manera cruel. Las diferentes potencias extranjeras nos arrebataron los mandos de dirección para mantenernos en un segundo plano, siendo el pueblo español condenado durante un largo periodo de tiempo a olvidarse de sí mismo y de todas las conquistas a las que se pudiera aspirar.

Durante siglos, la nación española no ha estado, no ha existido, no se la ha tenido en cuenta en los destinos históricos a los que el mundo se enfrentaba y se sigue enfrentando. Quedamos apartados, amordazados, sin voz ni voto. Desde la llegada de los Borbones, ya las diferentes potencias extranjeras controlaban la vida española interfiriendo en su destino militarmente. No era el pueblo sino los extranjeros los que decidían quién gobernaría nuestra nación. Fueron estos monarcas los que vendían la tierra española para afianzar sus posiciones de gobierno. El pueblo no, el pueblo no podía hacer nada, estaba callado, resentido en su destino trágico de rendición. Y de esta manera siguieron pasando los años, la nación española seguía apartada de la hora histórica, mientras que las demás potencias tomaban el papel de directoras universales.

Frente a todo esto, los españoles seguían manteniéndose fieles a ellos mismos, y lo vimos cuando el pueblo se organizó en juntas para combatir al invasor francés, pero no fue suficiente. El español, iluso, vuelve a caer en la trampa. No se aprovecha esta situación para reafirmarse como pueblo y como nación sino que se vuelve a restaurar la monarquía borbónica y a seguir reprimidos históricamente. Comienza un siglo convulso en donde se imponen las ideas liberales. El español confuso cree en los derechos abstractos que el liberalismo trae, cayendo también en la confusión de los partidos políticos, que dividen al pueblo en batallas estériles. Siguen pasando los años y el español no se encuentra. Ha caído en un círculo vicioso donde se cree libre al votar a los que luego ejercerán de gobernantes.

Todo cambia cuando llega la Segunda República. Este aire nuevo prometía el cambio. Los españoles salen a las calles bajo dos banderas, la nacional y la social. Esta nueva situación podía traer a la nación la reafirmación histórica. Pero pronto todo esto queda en el olvido. La situación sigue siendo exactamente igual. Ni ambición nacional ni justicia social. Los gobernantes hacen todo lo posible para que esta felicidad del pueblo unido quede en la situación más desastrosa. Comienza la hora revolucionaria en España.

La juventud nacional se organiza frente a la época de decadencia. Llegan las revoluciones a los diferentes países europeos, pero en España la situación es diferente. Ni revolución nacional ni revolución social. Con la llegada de la dictadura se produce el final de las aspiraciones revolucionarias de la juventud. Después de la dictadura, el pueblo español cae de nuevo en los derechos abstractos y en las batallas electorales. Vendidos a los intereses económicos extranjeros, a las grandes multinacionales y a la gran banca privada, los españoles seguimos quietos, amordazados, apartados del pulso histórico actual, sin aspiraciones a nada, seguimos engañados por los poderes democráticos, burgueses y liberales, mientras éstos afianzan sus posiciones de privilegios.

Y ahí estamos. Con un futuro incierto y lleno de malos presagios. ¿Qué hacer? Lo primero es formar a la juventud en el ámbito político y de militancia. Se necesitan masas juveniles dispuestas a pelear por la nación y por la justicia social. Debemos agrupar a la juventud para la tarea de nuestra hora histórica. La juventud debe guiar al pueblo español a acabar con siglos de decadencia. Tenemos que recuperar los valores hispánicos que devuelvan la fe a un pueblo que deambula sin rumbo hacia la desintegración de sí mismo. Por eso hoy día, ante todas las dificultades que se nos presentan, firmes, orgullosos y decididos, decimos sin resignación y sin cobardía: ¡Hay que hacer la revolución!.


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