jueves, 4 de agosto de 2016

Presente y futuro del sindicalismo en España

Por Jorge Garrido.


El sindicalismo oficial en la España del siglo XXI y su decadencia.

En la España actual sólo hay un desinterés comparable al que hay hacia los partidos políticos: el desinterés sindical.  El  porcentaje de afiliación a los sindicatos muy bajo (15%), y eso se debe principalmente al desprestigio que tienen los sindicatos oficiales, UGT y CCOO principalmente, anclados en una forma de hacer “sindicalismo” más bien propia del siglo XIX, y eso sólo en el mejor de los casos. En otros, y esto es lo más frecuente, los sindicalistas oficiales parecen  sufrir  más  por  sus subvenciones, por sus sueldos de liberados y sus horas sindicales, por su burocracia funcionarizada, que por los problemas de los trabajadores a los que representan y debieran defender. Y es que, aunque siempre haya algunos sindicalistas de verdad que se  preocupan  sinceramente de los problemas de los trabajadores, el panorama general que ofrecen esos “sindicatos oficiales” es ciertamente desolador, especialmente desde que la caída del muro de Berlín y del socialismo de Estado les dejara desubicados ideológicamente.


Es por ello que los trabajadores españoles, completamente desilusionados, sienten desapego y hasta verdadero rechazo por estos “sindicatos” que no consideran suyos, que dependen de las subvenciones oficiales para subsistir, que muchas veces se preocupan más por causas ajenas al mundo laboral e incluso mantienen o justifican actitudes separatistas en determinadas regiones españolas, que se financian de forma irregular con las concesiones que les hacen las patronales en las negociaciones de expedientes de Regulación de Empleo (v.gr. el caso de los ERE de Andalucía, que en realidad se da en mayor o menor medida en todas las regiones), despidos colectivos, convenios, cursos de formación fantasmas y hasta la administración de pensiones con los distintos gobiernos; unos “sindicatos” que son capaces de dar su apoyo a la reforma laboral de 2006 (con las posteriores fueron más críticos, pero siempre con reacciones controladas, de “baja intensidad”, a fin de canalizar el descontento obrero sin dejar que se salga fuera del Sistema), los mismos “sindicatos” que convocan huelgas por mucho menos si los intereses políticos así se lo aconsejan, o que negocian  con el Gobierno enormes cantidades de dinero e inmuebles en concepto de devolución de “patrimonio  sindical  histórico” cuya justificación en gran parte de los casos es insostenible (unas veces porque ese sindicato no existía antes de 1936 y poco se le pudo expropiar pues, otras porque se devuelve lo que nunca se tuvo con la finalidad de ayudar a compensar a los miles de trabajadores que fueron estafados con la cooperativa “PSV” de UGT...).


Cuando a finales de los años 70 del pasado siglo se diseñó el actual modelo sindical que, tras el Estatuto de los Trabajadores de 1980, culminó con la aprobación de la Ley Orgánica de Libertad Sindical de 1985, pocos sindicatos apostaban por un modelo de sindicalismo unitario. La mayoría, con UGT a la cabeza –aunque sin el apoyo de CCOO, todo hay que decirlo–, apostaron por un sindicalismo fragmentado con la excusa de la “pluralidad sindical”. Es decir, que preferían dividir a los trabajadores y afrontar competiciones electorales siguiendo el modelo de los partidos políticos (lo que nos hace recordar la crítica a la Socialdemocracia parlamentarista que hacía el sindicalismo revolucionario clásico). Nada impedía que la pluralidad sindical se manifestara dentro de una estructura representativa unitaria, pero no, ellos prefirieron que el movimiento sindical siguiera por otros derroteros menos representativos y que restaran fuerza a los trabajadores asumiendo los principios burgueses demo-liberales propios del sistema de partidos políticos. Había demasiadas subvenciones y “devoluciones” (asignaciones más bien) patrimoniales en juego que ese momento interesaban mucho más. Y para empezar, lo primero que hicieron los grandes “sindicatos oficiales” fue permitir la estafa a millones de trabajadores de los 50.000 millones de pesetas que constituían los fondos  de  las  Mutualidades  Laborales en tiempos del Gobierno de la UCD, callándose a cambio de todos sabemos qué... Aún hoy se siguen “devolviendo” locales que nunca fueron suyos o que se construyeron décadas después. Es de destacar cómo son capaces de incluso de declararse herederos del viejo Sindicato Vertical para justificar esas “devoluciones”, como es el caso –verdaderamente sorprendente e insólito, aunque silenciado– de CCOO.


Los actuales sindicatos clasistas sólo sirven para maquillar los fallos en materia social del sistema económico capitalista, y es que en cierta medida resulta lógica y coherente la crítica que los liberales hacen a estos sindicatos: que distorsionan las leyes del mercado libre. José Antonio Primo de Rivera lo diría de otra manera: sin pretender alterar las bases del capitalismo, sin ser ni pretender ser una alternativa a este injusto sistema económico, estos falsos sindicatos se dedican a “echarle arena en los cojinetes”.


El  viejo  sindicalismo  agoniza desde hace décadas porque, además de lo ya dicho –que se refiere más a la actividad sindical que a las alternativas que propone–, es incapaz  de  ofrecer soluciones  a  los  grandes  problemas de fondo. Así, por ejemplo, vemos que para salir de la crisis económica apelan siempre a argumentos como el del crecimiento económico (problema intrínseco del capitalismo y germen de la mayoría de los problemas económicos a nivel mundial), incompatible con otros principios que también dicen defender, como el del ecologismo o el de la pobreza. ¿Cómo crecer sin caer en el consumismo y sin aumentar la contaminación? ¿Es posible basar todas las economías del mundo en el crecimiento? ¡Pero si el crecimiento sólo soluciona problemas en un país a cambio de generarlos en el resto del planeta! Su indigencia intelectual les impide ver contradicciones en su mensaje tan evidentes como esta.


El panorama sindical “oficial” es tan lamentable en España que no es de extrañar el escaso interés de los trabajadores por sindicarse. Esa es, a fin de cuentas, la consecuencia de la desilusión, de la decepción. Por eso es hoy tan necesario dar carpetazo a ese falso sindicalismo decadente, aburguesado, funcionarizado y desfasado, a esa auténtica estafa a los trabajadores españoles dirigida  por  una  “casta  sindical”  cada  vez más  desprestigiada  y  por  eso  es  preciso construir un nuevo sindicalismo nacional.

El Sindicalismo revolucionario como alternativa de futuro: falsas alternativas.


El Sindicalismo tiene un gran futuro, pero sólo si es capaz de redescubrirse como ideología revolucionaria –realmente inédita en la praxis– y de ofrecer una alternativa real y completa al Sistema capitalista. El Sindicalismo, si queremos ser precisos, no  es  propiamente  una  ideología,  sino una  idea  conjugada  con  la  acción (algo similar a la “filosofía de la praxis” de la que hablaba Antonio  Gramsci,  pero   como  es obvio,  no  necesariamente vinculada a su filosofía  materialista  y  clasista  marxista). Y como idea es compatible con ideologías diversas, lo que explica que haya sindicalistas –en el sentido ideológico del término– de tendencias políticas y filosóficas tan dispares como los casos del Anarcosindicalismo y del Nacionalsindicalismo.


Frente al sindicalismo decadente, en España se ofrecen diversas “alternativas”, desde el  sindicalismo  a  medias  de los pequeños sindicatos “independientes” o meramente “profesionales” (entre los que hay una gran variedad, pero cuya actuación es muy limitada y sus miras de muy corto alcance, sin ofrecer ninguna alternativa de fondo y en no pocos casos actuando como “sindicatos amarillos” al servicio –voluntaria o involuntariamente, pues de todo hay– de otros intereses que no son los de los trabajadores), hasta los de izquierda y extrema izquierda (CGT, CNT, SO, SAT, etc.), que no tienen nada nuevo que ofrecer, salvo volver a modelos ya demasiadas veces fracasados, pues desde la caída del Muro de Berlín se han quedado ideológicamente huérfanos, por más que parezcan revivir al calor de la crisis actual del sistema capitalista.


Mención aparte merece el fenómeno de “Podemos”, que en el campo de la política ha irrumpido con inusitada fuerza aprovechando el descrédito del régimen actual y de la “casta” de los políticos, para lo cual no han dudado en copiar gran parte del mensaje falangista que ya ensayaron el 15-M de 2011: los políticos actuales “no nos representan”; “Democracia Real Ya”; políticos como “casta” parasitaria; banqueros usureros; no a la globalización capitalista y recuperación de la soberanía nacional (al menos en teoría) en materia económica; vivienda digna para todos; trabajo digno, estable y con derechos; defensa de los servicios públicos; medios de comunicación manipuladores; etc.

Del “Círculo Podemos Sindicalistas”  ha  surgido  el  sindicato “Somos  Sindicalistas”, o “Somos”(como se suelen denominar informalmente para dar más imagen de relación con “Podemos”, una dependencia problemática, como veremos), que fue legalizado el 31 de octubre de 2014 y que en 2015 celebró su asamblea constituyente. No obstante, “Somos” tiene varios problemas de entrada:

  •  No le conviene a “Podemos” enfrentarse en demasía con UGT y CCOO porque de ellos en gran medida se nutre (sobre todo de los movimientos por ellos creados de las famosas “mareas” –blanca de los sanitarios, verde de los profesores, etc.–), lo que hace que haya un debate interno intenso sobre apoyar o no de forma expresa a “Somos” desde “Podemos”. No obstante, es probable que al final lo apoyen y sigan como hasta ahora.

  • El mensaje no puede variar demasiado, pues son lo mismo. Todos ellos ofrecen un mensaje similar, por lo que es difícil que se pueda ver a “Somos” como algo muy distinto a CCOO o UGT. No tienen un mensaje sindicalista genuino y diferenciado como sí lo tiene UNT, por ejemplo.

  • Es más difícil construir una alternativa sindical que una política. La estructura sindical es más compleja, se necesita mucha infraestructura, servicios jurídicos grandes y serios, presencia efectiva en las empresas, no sirve de mucho la propaganda en los medios de comunicación, se adquiere una mayor responsabilidad con la gente (se juegan su trabajo), etc.



“Somos” pretende desplazar sindicalmente a CCOO y UGT, pero no le va a resultar nada fácil (de hecho tengo la convicción de que eso no va a suceder), por lo que los falangistas tenemos una oportunidad de oro para evitar que la crisis sindical sea aprovechada por “Somos” igual que “Podemos” ha aprovechado la crisis política.


Por ello, porque sigue sigue sin existir en España una alternativa sindical real más allá de la UNT, estoy absolutamente convencido de que el siglo XXI será el siglo del Nacionalsindicalismo, y para ello su primera tarea debe ser la de desenmascarar a esos falsos sindicatos oficiales –y a sus falsas alternativas– que están vendidos al capitalismo y que son incapaces de aceptar otro papel que no sea el de intentar armonizar el capital con el trabajo. ¡Quién diría hace un siglo que iban a terminar así! Hoy en España sólo el Nacionalsindicalismo representa el verdadero sindicalismo revolucionario, y nadie más ofrece alternativas de ningún tipo (al menos que sean dignas de tal nombre). Sólo falta que nos lo tomemos más en serio de lo que nos lo hemos tomado hasta ahora.


Construyendo un nuevo sindicalismo: necesidad de una teoría revolucionaria.


Pero junto a esa tarea de desenmascaramiento del falso sindicalismo, se imponen otras dos de vital importancia: la construcción teórica de un sistema económico alternativo nacionalsindicalista y  la  labor  política  y  sindical  revolucionaria  que  haga  posible  su  implantación. Y esto en la economía del siglo XXI no sólo es posible, sino absolutamente necesario. La crisis del sistema capitalista se agudiza por momentos fruto de sus propias contradicciones, y es por ello por lo que el sindicalismo revolucionario reivindica el papel del Sindicato unitario como agente económico de primer nivel y como centro del  modelo de propiedad productiva; como organismo oficial del Estado pero autónomo de él, porque no se trata de que el Sindicato sea estatal, sino de que el Estado sea sindical, que no es lo mismo.


Pues bien, esta transformación económica que presupone una alteración del modelo de propiedad de  los medios de producción según la naturaleza finalista de los bienes (privada la de los bienes de consumo, familiar la que exceda la finalidad puramente individual, sindical o comunal la que cumpla fines de carácter social, y estatal la que sea de interés nacional) es cada vez más necesaria. No es una utopía, sino una auténtica  necesidad  en  la  economía del siglo XXI, cuando la crisis del capitalismo se agudiza y se evidencia el fin de lo que hasta ahora se ha llamado “el Estado del bienestar”. Es por ello que el capitalismo vuelve a los postulados más liberales (al menos en algunos aspectos), más antisociales, y aparece ante nuestros ojos un nuevo proceso de proletarización: menos derechos sociales y laborales, menos salarios, menos estabilidad laboral, menos protección social, menos pensiones, etc., algo que se va a agudizar extraordinariamente con los próximos tratados  internacionales  de  libre  comercio. Los  “mileuristas”  de  hoy  son  los nuevos proletarios del siglo XXI.


Hace falta, pues, recuperar el espíritu revolucionario del sindicalismo y proponer alternativas reales  al  sistema  económico  capitalista. Eso requiere de una organización política que tenga claros los planteamientos ideológicos y que se proponga seriamente hacerlos realidad, pero el Partido yo entiendo que sólo debe ser uno más de los instrumentos –en este caso el político, con la importancia que tiene, pero no más– de los que se sirva el Movimiento Nacionalsindicalista para hacer la Revolución. Y el verdadero motor de ese Movimiento ha de ser el Sindicato. No puede ser de otra manera para que el Nacionalsindicalismo permanezca fiel a la esencia del sindicalismo revolucionario: el Partido en cuanto instrumento debe ser el portavoz político del Movimiento en sentido amplio, debe ser el que facilite legislativamente la labor revolucionaria y debe, en definitiva, llevar a los órganos políticos de la Patria la voz del Movimiento. El Partido, que en realidad es algo artificial impuesto por las circunstancias, ha de estar subordinado al Movimiento y sus fines, y el motor del Movimiento ha de ser realmente el Sindicato, no el Partido. Por eso la Falange en cuanto Movimiento es más bien –según la propia definición de su fundador, José Antonio Primo de Rivera–, “un antipartido”, y por eso para él en el Estado futuro habría de ser el Sindicato la base sobre el que se asentara todo el sistema económico y político, siendo el eje de todo ello el hombre en cuanto Persona. El Sindicato como base y motor de la Revolución Nacionalsindicalista: esa es la clave hasta ahora tan escasamente explorada.


Uno de los muchos problemas endémicos del Nacionalsindicalismo ha sido y es la falta de una teoría  revolucionaria, y creo que es precisamente por ello por lo que históricamente nuestra actividad política y sindical ha sido en gran medida estéril.


El papel futuro de UNT en España.


Para los nacionalsindicalistas es fundamental defender esa nueva forma de hacer sindicalismo, y por ello existe la Unión Nacional de Trabajadores. Porque es necesario defender, desde una posición ideológica nacionalsindicalista, y por ello no clasista ni meramente materialista, la Libertad, la Dignidad y la Integridad del trabajador en cuanto Persona, con la permanente referencia del Bien, la Verdad y la Justicia, especialmente de la Justicia Social. Y ello desde una filosofía que no sea ni colectivista ni individualista, sino enlazando con el personalismo cristiano que valora al hombre en cuanto Persona, es decir, no sólo en su particularidad, sino en su relación con la sociedad, con los demás y, por encima de todo, con Dios. Esa antropología no tiene nada de revolucionaria, por supuesto, pues sólo hay que ser revolucionario con las cosas injustas. El elemento revolucionario lo incorpora a su visión sindicalista: el Sindicato unitario como instrumento de transformación socioeconómica. En esto es en lo que hay que ser revolucionario, no en las consideraciones antropológicas o morales.


Por ello, desde una perspectiva humanista social y trascendente, hay que denunciar la incompatibilidad del sistema económico capitalista con la plena garantía de esos valores, defendiendo la necesidad de garantizar la integridad y grandeza de España como nación política y económicamente soberana, así como un sano patriotismo que también sea garantía de defensa de los trabajadores frente a la mundialización económica que los somete a intereses ajenos, y eso sólo lo puede defender un sindicato que crea en ello, como UNT. Por eso es imprescindible denunciar siempre el falso patriotismo de quienes utilizan como coartada la Patria y las amenazas que se ciernen sobre ella para no abordar el problema de la injusticia social. El patriotismo que no sea al mismo tiempo social es una estafa –para  los españoles en general y para los trabajadores en particular– que debe ser desenmascarada y denunciada.


El Nacionalsindicalismo en España conquistará el futuro cuando sea capaz de asumir ese papel revolucionario:

  • Tomar conciencia de nuestra propia responsabilidad: somos los únicos que ofrecemos una alternativa sindicalista real, auténtica y genuina.

  • Denunciar  a  los  falsos  “sindicatos”  del  Sistema  y  su  papel  anestesiante  de  los trabajadores para mantenerlos controlados.

  • Desenmascarar  las  falsas  alternativas de los vendedores ambulantes de elixires y “crecepelos” de ineficacia ya demasiadas veces probada (“Podemos”, “Somos” y similares)

  • Luchar por la Justicia Social, asumiendo el papel de instrumento para la transformación socioeconómica.
Implantar la alternativa real y completa al decadente sistema económico capitalista que es el Nacionalsindicalismo, asumiendo el Sindicato su propio papel y su propia responsabilidad como tal.



Este es el camino y este es el futuro. En UNT lo tenemos muy claro: no estamos dispuestos ni a dejar que el sindicalismo quede en manos de los parásitos de siempre, ni tampoco a dejar que venga ningún “madrugador” a venderle a los trabajadores falsas alternativas. Sólo nosotros somos una alternativa real y honrada, por lo que no podemos permitir que ningún charlatán –si me permitís la expresión– venga a “birlarnos la merienda” estafando una vez más a los trabajadores.


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