La emancipación de los trabajadores es misión de estos mismos, sin intermediarios estatales o ajenos al que labora día a día. A partir de esas dos bases conquistadas, se construye la República Sindical. Se volverá a tener un patrimonio capaz de crear una cooperativa de crédito lo suficientemente grande porque es sostenida por toda la población laboral. ¿No tiran de nuestras nóminas para “sanear” una economía devastada por el robo continuo del capital financiero y especulador? ¿No es esa la clave para sacar los miles de millones que van a “satisfacer” la sed de los mercados financieros? Pues imaginemos lo que es esa aportación para atender a los intereses mismos de los trabajadores, una vez descontada, claro, la aportación fiscal para gastos corrientes del Estado. Pero que ese mismo Estado vea que la capitalización de los trabajadores, que va a nutrir esa banca sindical, tiene la ventaja de que es nacional, que tendrá la transparencia y el control democrático suficiente para que no se vaya a paraísos fiscales o a la especulación internacional. Esa es la meta declarada desde el principio por el Estado Sindical: que el capital, fruto del esfuerzo intelectual y manual de todos los trabajadores de España, no sea acumulado por manos ajenas al trabajo y sea dedicado al juego del Monopoly internacional y que tanto daño nos está causando. Se reinvertirá en ladrillo, como no, pero no como fuente de especulación. Y también en empresas competitivas, para lo que es necesario la tercera exigencia de los trabajadores: la reforma de la Enseñanza, una reforma profunda y definitiva alejada del modelo que plantean los neoliberales.
La clase burguesa tiene sus propios centros minoritarios y de excelente calidad educativa para ese número ínfimo de sus cachorros que van a heredar su posición de privilegio. Con eso les basta para asegurar su perpetuación en el poder. La enseñanza proveniente de fondos públicos se limita a asegurar una guardería obligatoria hasta los 16 años, y los curricula educativos de esos centros se adecuan a las escasas expectativas formativas y culturales de las clases humildes. Así de hipócritas han venido siendo las reformas educativas de los socialistas, pues no hay que olvidar que el más culto de ellos, el ministro de Economía Carlos Solchaga nos condenó ya a ser, en el concierto de la UE, un “país de camareros”. Nosotros los nacionalsindicalistas, a los que tanto odiaba Solchaga, tenemos más ambiciones para la clase trabajadora; y los estudiantes falangistas han de reclamar una calidad de la enseñanza, una FP que se deje de demagogias malévolas y que sea la suficiente para que nuestra industria puntera no se vea obligada a importar mano de obra del exterior, lo suficientemente formada. Ahí está el campo de lucha recurrente de la juventud estudiante falangista. Porque sin formación, no cabe hablar ni de empresas capitalistas ni de empresas autogestionadas.
Porque aquí no podemos caer en el error. No puede haber empresas autogestionadas por los obreros en el seno de una competencia capitalista, so pena de que aún funcionando bien, acaben siendo una pieza más del engranaje del sistema, y se comporten como cualquier patronal, como cualquier empresa capitalista. Es el caso de la Cooperativa Mondragón, que está en la mente de todos.
Se entiende que en una economía sindicalista revolucionaria, las aportaciones van de abajo hacia arriba, a una capitalización nacional. Imaginemos que se crea en la cúpula un Consejo económico y social, debidamente asesorado por especialistas, y que ese capital, entendido como maquinaria y dinero, se reparte entre los consejos económicos y sociales que se distribuyen regionalmente, según el principio de subsidiariedad. Los municipios y comunas, agrupados libremente, democráticamente según confederaciones libres que pueden reanimar las comarcas como órganos vivos de representación y convivencia, acuden a ese Consejo, que ellos han elegido democráticamente entre sus componentes, para solicitar crédito y maquinaria para el proyecto en el que han trabajado, previa consulta con las ayudas y orientaciones del elemento profesional y especialista contratado por estos Consejos Regionales.
Salvamos el principio joseantoniano de la propiedad sindical de los medios de producción, que siempre será atribuida a la representación nacional de ese gigantesco Sindicato de Productores en el que habremos convertido a España en lo económico. De esta manera, el capital y la maquinaria lo han recibido en alquiler, en usufructo, y esas empresas obreras habrán de destinar una parte de sus beneficios al pago por el alquiler de esa maquinaria hasta su amortización, que cuando se produzca bien se la pueden quedar o desecharla por obsoleta y alquilar una nueva al Consejo. Con estas aportaciones de abajo hacia arriba, se nutrirán los efectivos de capital de los consejos regionales y éstos a su vez habrán de restituir al Nacional lo que han recibido, descontando el monto necesario para su propia reserva de capital, para inversiones en su ámbito de actuación regional y local.
Esto es una síntesis muy reducida del libro de Scwerkardt Más allá del capitalismo que responde a las exigencias de una democracia económica que queremos construir los nacionalsindicalistas.
De la misma manera la tierra es concebida por el nacionalsindicalismo como un capital, por lo tanto propiedad de la Nación, siendo el sindicato o familia que la cultiva, su usufructuario. El Consejo Económico y Social de la Nación española, acoge también en su seno la representación de las familias, que existe también en los consejos regionales, en orden a atender los ámbitos de interés nacionales o locales. De la misma manera serán representados los intereses de los colegios profesionales con los que se contará forzosamente para elaborar leyes que afecten a su profesión, no como ahora, que tienen que obedecer a políticos que no tienen ni idea de los ámbitos profesionales para los que están legislando. Completamos esa representación con los municipios, comarcas y regiones que podrán coordinar sus esfuerzos a nivel nacional para no entrar en fricción dentro de sus competencias exclusivas, y tener en cuenta acuerdos tomados entre todos, a nivel nacional.
Creo que esto es la representación verdaderamente orgánica que está en el ideario de José Antonio. Habremos recuperado, entre el individuo y el Estado, esos cuerpos intermedios que recibirán el protagonismo democrático que les hace saberse miembros activos y constitutivos del Estado, como el Fundador quería y que tanta tradición han tenido en nuestra Historia. En la mejor.
Desahogado el Estado de la atención al día a día de la Nación que representa, porque los trabajadores, familias y entidades regionales y comarcales han asumido su propia soberanía como elementos constitutivos de ese mismo Estado, podrá el presidente de la República, elegido para tal puesto por un período suficientemente largo, afrontar misiones de trascendencia en el ámbito universal, que requieren tranquilidad y una paz asegurada en la unidad de las tierras y los hombres de España. Porque clases ya solo habrá una; la de los trabajadores.
Hago notar que la Revolución sigue una ruta, una serie de escalones que hay que afirmar, porque no se puede subir el de arriba sin haber superado el de abajo. En la culminación, el edificio de la soberanía económica, social y política que ha conquistado el pueblo español por sí mismo deja sin sentido y totalmente obsoleto el viejo parlamento inútil de la representación por partidos antidemocráticos y representantes de unos intereses bastardos, capitalistas, que ya habrán dejado de tener sentido ante la progresiva abolición de las clases sociales y de las odiosas diferencias que históricamente han dividido a los españoles. Dejando sin fundamento que sustente el cimiento del viejo edificio, es seguro su derrumbamiento; no por violencia, sino por indiferencia y olvido, como caen las cosas viejas y absurdas.
Pero la base por la que hay que empezar es por el sindicalismo. Sindicación obligatoria. Vuelta al patrimonio sindical único. No es pequeña la lucha que estos dos fines exigen. A ello.
Por Antonio Eduardo Pascual Martínez.
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