lunes, 13 de junio de 2016

La ruta de la República Sindical y Comunal de los trabajadores (Parte I)


Ante todo, quiero empezar por tener una visión de la realidad en su conjunto. Estamos viviendo un ataque frontal a los mínimos derechos de los trabajadores. No nos engañemos. Por debajo de las críticas abiertas a las subvenciones estatales a los sindicatos, de la crítica a los liberados, y demás, late la intención de ACABAR CON EL CONVENIO COLECTIVO. La reforma  rajoyana lo tiene muy claro; empezar a primar los convenios de “empresa” al margen de la negociación colectiva. Esto, unido al cese de la subvención a los sindicatos (mientras que nadie discute las subvenciones a las instituciones obsoletas e inservibles como las autonómicas, el enorme gasto inútil que supone el Senado o las cantidades de fábula que cobra un notario por firmar un papel) no quiere decir sino que los sindicatos van a desaparecer. El trabajador que en tiempos de crisis, tan provechosos para el capitalismo, quiera contratarse, tendrá que fiarse de lo “mal que van las cosas” para la empresa, que comprenda, que encima que le contratan, que tiene que venir los sábados y domingos por la mañana a trabajar, que de extras nada... Pero que hombre, todo se andará,  Rajoy nos sacará de la crisis y ya para entonces... Mañana. Y mañana llegará, y habrá más “mañanas”.

En definitiva, como el capital ve más ventaja en invertir en valores especulativos o poner sus activos en paraísos fiscales o en el mercado de futuros de Chicago, esos que especulan con cereales provocando millones de muertos de hambre en el mundo subdesarrollado, pues no invierte en nuevas tecnologías, que es lo que hace a una economía competitiva, y no los salarios de hambre, cuyo efecto inmediato es la caída de la demanda y por tanto nuevos cierres de fábricas de bienes de consumo. Eso el capitalismo no lo ve, porque es miope. Ve  que con el trabajo a nivel de la esclavitud, va a aumentar “la productividad”. Miente a sabiendas. La productividad del trabajador español es de las más altas de Europa (léase la plus-valía que le roba el capital) y las horas trabajadas también alcanzan las cotas más elevadas. Y nos las quieren aumentar, todavía.

Pero de este gran asalto a los derechos de los trabajadores, de esta derrota, tenemos que encontrar una oportunidad de salto adelante. Los sindicatos que nos representan han vivido hasta ahora de la subvención, después de haberse malgastado en francachelas y estafas (el Plan Social de Viviendas de UGT) y de haber recibido todo el patrimonio sindical de la Organización Sindical del anterior régimen. En resumidas cuentas, al comienzo de la transición CC.OO. era partidaria de la Unidad Sindical. Era lo que venían haciendo durante mucho tiempo, y se sabía, desde su creación por  Ceferino Maestúy  Narciso Perales, nuestro III Jefe Nacional. La Organización Sindical era la casa de todos. El patrimonio, común a partir de las cuotas de los trabajadores. Dentro de esta casa común, las elecciones sindicales venían haciéndose desde la pluralidad de las ideologías al respecto. Podían ganar en el sector del metal CC.OO., pero en el de taxistas, ganaban los nacional-sindicalistas, aunque estos se hartaron desde muy pronto de que el “glorioso” Movimiento sólo les utilizase para hacer de “tapón” para que no se llevasen los rojos el gato al agua, pero los nuestros con razón se quejaban de que no les permitían avanzar en Justicia Social según la doctrina joseantoniana; y vencer ahí precisamente a la ideología rival, a la marxista. Entonces se acuñaría eso de “superar a la izquierda para vencer a la derecha” que es sorprendentemente actual.

Viene la transición, y con ella esos de UGT que surgen de la nada, de una “clandestinidad” en la que nadie les había conocido. Fundan su flamante sindicato y están de acuerdo, contra el parecer de  Marcelino Camacho, en lo que llaman “libertad sindical” o pluralidad sindical. Cada uno por su lado. El patrimonio dividido. Y un patrimonio dividido, todo el mundo puede darse cuenta de dónde va a ir a parar al final. Después de los días de vino y rosas, la ruina. Y aparece “papá Estado”, con la subvención. Hasta que se acaba, claro. El Estado liberal-burgués no perdona. Y de quien de ajeno se viste, en la calle lo desnudan. O más poético, como en el cartel de la Auténtica: “La libertad y la dignidad no se regalan. Se conquistan”. Gran verdad.
Toda crítica a estos sindicatos vividores de la subvención y ajenos a las demandas y aspiraciones a la emancipación de los trabajadores debe estar muy clara de principio. Pero no nos debemos dejar engañar ignorando el fin último que se pretende que es dejarnos sin convenios, a merced del capricho de un cada vez más todopoderoso patrón capitalista. ¿Qué hacer entonces? ¿Cuál es el camino?

El Estado liberal-burgués nos da, a su pesar, ciertas armas que tenemos que sopesar, hasta para ir en definitiva en su contra. La Constitución o carta otorgada consagra el derecho del trabajador a sindicarse. Punto. Sindiquémonos. Pero lo haremos con la vista puesta en algo que funcionó antaño, en la Organización Sindical, casa común de todos los sindicatos y sectores de la producción. Hasta un economista liberal, tan poco sospechoso de simpatías hacia el nacionalsindicalismo, como  Juan Velarde, reconoce, que al final del anterior régimen, había alcanzado un monto de capital tan importante que hubiese sido posible entonces, si la unidad no se hubiese venido abajo, fundar una suerte de BANCA SINDICAL. Con la Banca Sindical, empresas obreras autogestionadas. Ya  la enseñanza profesional para técnicos de alto nivel estaba en las Universidades laborales, y centros de Formación Profesional. De las universidades de enseñanza superior, ya dijo  Girón que eran “La primera fábrica de la Nación”… Sintomático. Dotando de personal a una economía planificada a largo plazo (como quería Julio Anguita, por cierto, planificación de la economía en armonía con la Constitución actual). Ya  antes  Girón había tratado de convertir a las cajas de ahorros en ese calcetín de ahorro de los trabajadores y le costó el ministerio, y la sentencia de muerte definitiva para la revolución falangista. De hecho, si en ese momento rompe con Franco, sería el héroe de la Falange. Indiscutiblemente. Pero prefirió otras “lealtades” y otras subvenciones, mientras el sueño falangista sucumbía inerme ante las ansias capitalistas liberales de los cachorros tecnócratas del mayor enemigo que haya tenido la Falange: el Opus Dei. Su régimen, inaugurado en 1958, tiene su continuidad hoy en día. Pero volvamos al inicio del camino, que nos estamos fijando demasiado en el horizonte, aunque sea pasado, y con consciencia de que no es ni peso ni traba, sino afán de emular lo mejor.
Estamos hoy en día reclamando la sindicación como derecho constitucional. Pero como los sindicatos deben tener independencia del Estado para su vigencia económica, la sindicación ha de ser obligatoria, como lo es en los países de nuestro entorno. Anda, ¿Y eso por qué? Nos dice un liberal de  Intereconomía, ilusionado con la primera proposición pero enfadado con la segunda. Pues porque –respondemos nosotros amablemente– lo mismo que en la legislación económica liberal está penado el dumping o competencia desleal, lo mismo ha de acontecer en lo que respecta al “mercado” de trabajo. Un trabajador no sindicado compite a la baja con nuestros salarios, aunque solamente sea desde el aspecto en el que no paga cuota. Así es como han razonado en los países de nuestro entorno capitalista, como en EE.UU., donde la empresa ha de pedir empleados a los sindicatos, cuando quiere contratar. Aquí hay que estar todos a las duras y a las maduras, señores liberales.

Nuestra revolución ha de empezar aceptando y diciendo que sí a todo cuanto de negativo se ha venido diciendo de los sindicatos. Pero no para su destrucción final, que es lo que quieren los liberales, sino más bien para reclamar la sustitución del modelo sindical por el más adecuado a los países de nuestro entorno, que tienen prácticamente la sindicación obligatoria para todo el que pretenda un contrato de trabajo. Eso lo primero. Lo segundo, la Unidad Sindical. Habrá que empezar de nuevo a capitalizar las aportaciones de los trabajadores para la formación de un nuevo patrimonio sindical que ese sí que no nos dejaremos arrebatar, como el anterior.

Por Antonio Eduardo Pascual Martínez. Antiguo militante de FE-JONS (Auténtica)
Patria Sindicalista número 23.

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